Separación Iglesia-Estado, disputa por el poder sobre la sociedad

En México, es tradicional el debate sobre el Estado Laico; en las diversas etapas históricas hemos observado discusiones sobre el papel que han tenido los grupos religiosos en la sociedad, así como la respuesta gubernamental ante ellos.

El concepto de laicidad, de entrada, nos permite avanzar en la identificación tanto del problema en sí, como del debate que ya se ha vuelto tradicional en nuestro país. El punto de partida lo encontramos en la separación Estado-Iglesias, que se refiere a que el gobierno se maneja con autonomía, y no está ligado a ninguna creencia religiosa, definiendo de esta manera al Estado Laico.

¿Por qué hablamos de Estado Laico y de separación Iglesia-Estado? Porque en determinadas etapas de la historia de las naciones, hubo gobiernos que se declararon confesionales y combatieron a religiones distintas.

Uno de los aspectos históricos observados en la transición del feudalismo al capitalismo, fue el proceso de secularización de los gobiernos. La confesionalidad del gobernante feudal consistía en que el manejo del Estado lo hacía con los principios de la doctrina cristiana; es decir, la conducta de las personas debía seguir los valores cristianos. Es necesario señalar que el cristianismo de los reyes y nobles era claramente relativo: el punto real del interés político y de gobierno, evidentemente, no era la doctrina cristiana, sino el uso del poder para el dominio de la sociedad, de los territorios, y de los bienes patrimoniales. Si la Iglesia coincidía con ellos, las relaciones eran pacíficas; en los casos de no coincidencia, los reyes tomaban sus propios caminos, haciendo a un lado a la Iglesia.

El proceso de secularización de los gobiernos consistió en ejercer el poder político sin normar sus decisiones y acciones con la doctrina cristiana. Los gobernantes ya no estarían, supuestamente como se consideraban en el feudalismo, bajo la tutela de la doctrina cristiana, del papa y de los obispos, sino que se manejarían ya autónomamente.

Encontramos en la sociedad, consecuentemente, dos órdenes de vida: el orden temporal y el orden espiritual-religioso- de conciencia. El primero se refiere al ámbito de la organización, en general, de la vida de la sociedad, siendo el Estado el responsable de su ordenamiento y gobierno. El segundo orden opera y aplica en la conducta de las personas, como expresión de su conciencia regida por la doctrina religiosa y su espiritualidad, siempre y cuando la persona acepte esta condición.

A partir de estos dos órdenes, ¿cómo diferenciar los campos de competencia entre ellos? Aquí se abre el espacio del debate histórico, particularmente en México, de la separación Iglesia- Estado. Las multicitadas Leyes de Reforma y el Artículo 130 de la Constitución Política de 1917, nos definen las características del debate actual: las funciones que realizaba la Iglesia, considerando un caso como el de nacimientos, matrimonios, defunciones, etcétera, los llevaba a cabo porque en la administración pública todavía no se asumía el registro poblacional. Entre muchas otras circunstancias, otro punto que contribuyó a que la Iglesia acumulara tierras fue la regulación de herencias, inexistente también en la administración pública de la época.

El efecto de la cada vez mayor participación de la Iglesia en la organización de la vida de la sociedad durante la época de la colonia y, después, en el México Independiente, aunado a su ejercicio propio en el orden espiritual, fue el aumento de su poder político. No es casual que los principales instigadores y promotores del movimiento de independencia -que hoy los consideramos héroes de la patria- hayan sido ministros de culto.

Sin embargo, la conformación de los nuevos gobiernos, surgidos en el espíritu de la secularización y la laicidad, inspirados en las nuevas formas de administración pública -como los países europeos y de Estados Unidos-, entraron en rivalidad de funciones con la Iglesia. El fondo de la confrontación, por lo tanto, se podría exponer como la disputa por la supremacía e influencia sobre los ciudadanos: a quién tenían que seguir para la organización de la vida de la sociedad, si a las autoridades eclesiásticas o a los nuevos gobernantes.

Finalmente, el orden temporal se impuso: la responsabilidad en la organización de la vida de la sociedad, corresponde al Estado. El campo de acción de la Iglesia está en la relación que se da entre la doctrina cristiana y la conciencia y conducta de las personas. La formalización de la separación de los dos órdenes se marcó y determinó en la Constitución Política de 1917, en el Artículo 130, modificado y ampliado en 1992. Con la reforma constitucional de 1992 se da reconocimiento jurídico a las Iglesias, y se amplía el margen de acción de los ministros, sin cambiar el punto central de la no injerencia sobre la organización de la vida de la sociedad, incluido el campo político-electoral.

¿Por qué en los últimos meses se ha generado una confrontación, que después de la reforma de 1992 no se presentó con tal estridencia? Encontramos algunos elementos de respuesta, que es necesario estudiar: las condiciones críticas que vive hoy el país en muchos campos de la sociedad, sin que el gobierno del presidente Enrique Peña acierte a dar soluciones, aunado a la notable pérdida de liderazgo, presentan un escenario de denuncia y cuestionamiento desde la sociedad (recordando el momento de 1810).

Además, ni los partidos políticos por sí mismos, ni a través de sus legisladores en los congresos, han asumido la posición activa de denuncia y exigencia efectiva de soluciones (los empresarios apenas están reaccionando). Nuevamente están siendo obispos y sacerdotes los que, en escucha de los ciudadanos, están alzando la voz.

La respuesta del gobierno de Peña para mantener a los obispos bajo control, parece ser que fue la iniciativa de matrimonio igualitario; respuesta equivocada. Hoy muchos ciudadanos, para la solución de los problemas, están en la reflexión sobre a quién siguen, si a los gobernantes (ineptos), o a los religiosos denunciantes con mayor influencia en las conciencias.